Hoy por fin sentí el frío en el ambiente. Bastó una
pequeña tormenta de nieve para que los citadinos en la gran manzana sacaran sus
estorbosos abrigos, hoy vi de todo, esponjados, con animales disecados que
rodean el cuello, de finos textiles y exóticas pieles, el más jodido era de
lana.
Llegó a mi mente aquella vez que sufrí por frío. Fue hace siete años en la sierra Tarahumara ,allá en Chihuahua México. Se preguntarán ¿Cómo fue que la hora ciudadana del mundo que viste de lana (sí, la que traía el abrigo jodido de lana era yo)y vive en el barrio más trendy de la ciudad más impresionante del mundo llegó ahí? La respuesta es sencilla, soy itesiana, y es fácil que los jesuitas te laven el cerebro haciéndote creer que ir al monte con indígenas que no entienden más que su dialecto (y no les interesa entender otro, créanme) viviendo en una choza y comiendo pura cosecha local es súper cool.
Llegó a mi mente aquella vez que sufrí por frío. Fue hace siete años en la sierra Tarahumara ,allá en Chihuahua México. Se preguntarán ¿Cómo fue que la hora ciudadana del mundo que viste de lana (sí, la que traía el abrigo jodido de lana era yo)y vive en el barrio más trendy de la ciudad más impresionante del mundo llegó ahí? La respuesta es sencilla, soy itesiana, y es fácil que los jesuitas te laven el cerebro haciéndote creer que ir al monte con indígenas que no entienden más que su dialecto (y no les interesa entender otro, créanme) viviendo en una choza y comiendo pura cosecha local es súper cool.
Llegue a un pueblito llamado Creel, es un lugar
mágico, con lagos, casitas en forma de cabañas y abundantes extranjeros
europeos (el gobierno de Chihuahua ha de invertir todo el presupuesto de
turismo en alguna agencia de viajes del viejo continente). La universidad nos había
rentado una pequeña casa con internet, regadera y camas a cuatro individuos
completamente desconocidos, tres mujeres y un varón. Esa casa fue nuestro
centro colectivo donde cada quince días regresábamos de las comunidades
indígenas para enviar nuestros reportes de investigación.
Las tres señoritas
dormíamos en una diminuta recamara de 2X4 metros, que incluía una litera y una cama individual,
en serio era diminuta. Y el joven, como debía de ser, viniendo de una escuela
que cuida los valores y la moral, reposaba en otra habitación, el único detalle
que descubrimos un par de meses después , era que el joven siempre apagaba la
luz dos o tres horas antes que nosotras, para espiarnos de entre las rendijas de
madera que dividían las habitaciones, pobre depravado, me imagino que esperaba
algún show lésbico o que simplemente la confianza nos llevara a dormir en baños
menores, que se yo. Checo era su nombre, un hombre de 1.85 de estatura, de
contornos muy gruesos, encorvado y muy peludo, era estudiante de la
licenciatura en educación. Al principio me era indiferente y también a mis compañeras,
al final terminamos por aborrecerlo, la situación voyerista no tuvo nada que
ver.
Mi otra compañera , Lucia, era una mujer grande,
pretendía convertirse en sicóloga, y tenia dotes de bruja, de familia ranchera
del pueblo de Tepatitlán, tenia unos ojos negros profundísimos que encantaban y
unos chinos implacables que atraían hasta el raramurí mas distraído, contaba
con una billetera abundante, era ella la que nos impulsaba a salir en busca de
alcohol y extranjeros que estaban en busca de una noche de diversión. Yo
siempre trataba de hacerlas cambiar de opinión, como buena itesiana, pero al
final el demonio terminaba por ganar la batalla. Aparte, era una fin de semana cada quince
días.
La otra estudiante era Caro, una educóloga con dotes
de diseñadora, tenía un color de piel clarísimo, con un oscuro cabello hasta el
cuello y unos luminosos ojos color miel, las pecas en sus mejillas terminaban
por fusionar sus contrastántes rasgos. Su sueño de varios años era ir con los
raramurí (indígenas de la sierra
tarahumara)para llevar a la práctica todas las herramientas que el ITESO le
había dado en pedagogía. Les adelanto que ese sueño se convirtió en pesadilla y
las herramientas no fueron más que otro fracaso del sistema educativo en
México.
A los cuatro itesianos nos tocaron diferentes
comunidades para recolectar la información de nuestra investigación, a mi me
tocaron las mejores, obviamente, ya que con anterioridad había pactado el mapa
con el encargado del proyecto, poniendo en practica mis dotes de politóloga en
gestación.
La primera comunidad que visité se llamaba Tónachi, un pueblito rodeado de ríos y pequeños lagos, con abundantes arboles de duraznos y manzanas, y rocas montañosas con forma de penes, eso último es muy característico de la zona, la verdad me quedé con la curiosidad de descubrir si eso tenía algo que ver con los atributos físicos de sus habitantes, a manera de investigación, para los reportes claro está.
La primera comunidad que visité se llamaba Tónachi, un pueblito rodeado de ríos y pequeños lagos, con abundantes arboles de duraznos y manzanas, y rocas montañosas con forma de penes, eso último es muy característico de la zona, la verdad me quedé con la curiosidad de descubrir si eso tenía algo que ver con los atributos físicos de sus habitantes, a manera de investigación, para los reportes claro está.
Ahí me recibió la presidenta de la comunidad, doña
Chayo y su hijo Chega. Ellos vivían a las faldas de un cristalino río, a lado
de una casa enorme de 7 recamaras que años atrás unos mestizos (así nos
llamaban a los que no éramos raramurí) habían abandonado, era una casa con
ruidos que te provocaban escalofríos y un olor a humedad que te lloraban los
ojos, si eso no te hacía sentir lo suficientemente incomodo, había también unos
retratos antiguos que te miraban fijamente todo el tiempo, a mi, eran los
rechinidos los que me ponían los pelos de punta. Ahí, en esa tétrica casa, viví
un mes.
Luego me fui Rejogochi. Para llegar a esa comunidad
tuve que pedir “aventón”, porque estaba como a 5 horas y caminar todo el tramo
no era opción. Aunque teníamos prohibidísimo hacer ese tipo de cosas, uno es
joven y no piensas en violaciones, secuestros o asaltos, cuando vas vestida con
unas faldas gigantescas (tenias que adoptar los usos y costumbres de la
vestimenta para poder ingresar a las comunidades) , no te has bañado en quince
días y traes el cabello tusado porque Caro experimento sus dotes artísticos uno
de esos fines de semana de relajación, influenciada por vino tinto patrocinado
por el Padre Kino.
Ya en Rejogochi, me adoptó una familia grande de siete
integrantes, ellos me mostraron las cosas más interesantes de la cultura
raramurí, el Jícuri, que en otras etnias se les conoce como peyote, y el Tesgüino,
una bebida alcohólica local a base de maíz fermentado. Los tarahumara o raramurí
son gente de ambiente, buscan cualquier pretexto para celebrar, la muerte, la
vida, la enfermedad, la salud, el cultivo, la lluvia, y hasta la visita de una
extranjera zarrapastrosa.
En una de esas fiestas fue que sufrí de frio. Era una
celebración en el mes de marzo, todas comunidades vecinas de Rejogochi se
habían juntado y los tambores autóctonos
no dejaba de tocar a un ritmo que te inducían a un estado de trance muy peculiar (no había
drogas de por medio, lo juro) todos estábamos rodeando una gran fogata,
esperando que llegara el tesgüino, yo prefería no tomar, el tesgüino , al tener
propiedades diuréticas, provoca unas ganas de ir baño que no lo puedes creer, y
estando en la montaña no es muy cómodo eso de ir a lado del nopal , con chivas
por todos lados viéndote fijamente y las faldas enormes que terminan empapadas
por la falta de práctica. Las señoras indígenas nomás se retiran unos metros de
la fogata, abren un poco las piernas y vámonos, nada de complicaciones.
Ya era de madrugada cuando mis ojos comenzaban a
pestañear más de la cuenta y todo el mundo estaba ahogado por el tesgüino , mi
espalda me dolía de tal manera, que cualquier piedra pasaba por un buen colchón
en ese momento. Me levanté de la fogata y me dispuse a encontrar un buen lugar
para descansar, entre más me alejaba, el viento comenzaba a calar, y sentía
como se partían mis labios y mi cara, a lo lejos vislumbré una especie de
cueva, cuando llegué a la caverna, me di cuenta que estaba habitada, por una
enorme, grotesca y ruidosa chiva (no, no de las chivas de Vergara) tomé un par
de piedras y la saqué de mi morada inmediatamente. Me acomodé en estado fetal
al final de la cueva, comencé a sentir
el frío en las articulaciones y en los huesos, estaba completamente tullida,
trataba de mover los dedos de los pies, pero éstos ya no me respondían, pensé
en volver a la fogata cuando de repente escuché a la chiva, me levanté y salí
por el animal, lo puse a lado de mis piernas, las dos nos acurrucamos como si
por años esa hubiera sido nuestra manera cotidiana de ir a dormir, deje de
pensar en el frío y sentir el viento,
dormí como una chiva.
De izq. a derecha: Caro, Lucia, Checo, y Chega en Tónachi. Chihuahua, México. |