domingo, 14 de diciembre de 2014

Allá en la sierra. Parte I

Hoy por fin sentí el frío en el ambiente. Bastó una pequeña tormenta de nieve para que los citadinos en la gran manzana sacaran sus estorbosos abrigos, hoy vi de todo, esponjados, con animales disecados que rodean el cuello, de finos textiles y exóticas pieles, el más jodido era de lana.
Llegó a mi mente aquella vez que sufrí por frío. Fue hace siete años en la sierra Tarahumara ,allá en Chihuahua México. Se preguntarán ¿Cómo fue que la hora ciudadana del mundo que viste de lana (sí, la que traía el abrigo jodido de lana era yo)y vive en el barrio más trendy de la ciudad más impresionante del mundo llegó ahí? La respuesta es sencilla, soy itesiana, y es fácil que los jesuitas te laven el cerebro haciéndote creer que ir al monte con indígenas que no entienden más que su dialecto (y no les interesa entender otro, créanme) viviendo en una choza y comiendo pura cosecha local es súper cool.
Llegue a un pueblito llamado Creel, es un lugar mágico, con lagos, casitas en forma de cabañas y abundantes extranjeros europeos (el gobierno de Chihuahua ha de invertir todo el presupuesto de turismo en alguna agencia de viajes del viejo continente). La universidad nos había rentado una pequeña casa con internet, regadera y camas a cuatro individuos completamente desconocidos, tres mujeres y un varón. Esa casa fue nuestro centro colectivo donde cada quince días regresábamos de las comunidades indígenas para enviar nuestros reportes de investigación.  
Las  tres señoritas dormíamos en una diminuta recamara de 2X4 metros,  que incluía una litera y una cama individual, en serio era diminuta. Y el joven, como debía de ser, viniendo de una escuela que cuida los valores y la moral, reposaba en otra habitación, el único detalle que descubrimos un par de meses después , era que el joven siempre apagaba la luz dos o tres horas antes que nosotras, para espiarnos de entre las rendijas de madera que dividían las habitaciones, pobre depravado, me imagino que esperaba algún show lésbico o que simplemente la confianza nos llevara a dormir en baños menores, que se yo. Checo era su nombre, un hombre de 1.85 de estatura, de contornos muy gruesos, encorvado y muy peludo, era estudiante de la licenciatura en educación. Al principio me era indiferente y también a mis compañeras, al final terminamos por aborrecerlo, la situación voyerista no tuvo nada que ver.
Mi otra compañera , Lucia, era una mujer grande, pretendía convertirse en sicóloga, y tenia dotes de bruja, de familia ranchera del pueblo de Tepatitlán, tenia unos ojos negros profundísimos que encantaban y unos chinos implacables que atraían hasta el raramurí mas distraído, contaba con una billetera abundante, era ella la que nos impulsaba a salir en busca de alcohol y extranjeros que estaban en busca de una noche de diversión. Yo siempre trataba de hacerlas cambiar de opinión, como buena itesiana, pero al final el demonio terminaba por ganar la batalla.  Aparte, era una fin de semana cada quince días.
La otra estudiante era Caro, una educóloga con dotes de diseñadora, tenía un color de piel clarísimo, con un oscuro cabello hasta el cuello y unos luminosos ojos color miel, las pecas en sus mejillas terminaban por fusionar sus contrastántes rasgos. Su sueño de varios años era ir con los raramurí  (indígenas de la sierra tarahumara)para llevar a la práctica todas las herramientas que el ITESO le había dado en pedagogía. Les adelanto que ese sueño se convirtió en pesadilla y las herramientas no fueron más que otro fracaso del sistema educativo en México.
A los cuatro itesianos nos tocaron diferentes comunidades para recolectar la información de nuestra investigación, a mi me tocaron las mejores, obviamente, ya que con anterioridad había pactado el mapa con el encargado del proyecto, poniendo en practica mis dotes de politóloga en gestación.
La primera comunidad que visité se llamaba Tónachi, un pueblito rodeado de ríos y pequeños lagos, con abundantes arboles de duraznos y manzanas, y rocas montañosas con forma de penes, eso último es muy característico de la zona, la verdad me quedé con la curiosidad de descubrir si eso tenía algo que ver con los atributos físicos de sus habitantes, a manera de investigación, para los reportes claro está.
Ahí me recibió la presidenta de la comunidad, doña Chayo y su hijo Chega. Ellos vivían a las faldas de un cristalino río, a lado de una casa enorme de 7 recamaras que años atrás unos mestizos (así nos llamaban a los que no éramos raramurí) habían abandonado, era una casa con ruidos que te provocaban escalofríos y un olor a humedad que te lloraban los ojos, si eso no te hacía sentir lo suficientemente incomodo, había también unos retratos antiguos que te miraban fijamente todo el tiempo, a mi, eran los rechinidos los que me ponían los pelos de punta. Ahí, en esa tétrica casa, viví un mes.
Luego me fui Rejogochi. Para llegar a esa comunidad tuve que pedir “aventón”, porque estaba como a 5 horas y caminar todo el tramo no era opción. Aunque teníamos prohibidísimo hacer ese tipo de cosas, uno es joven y no piensas en violaciones, secuestros o asaltos, cuando vas vestida con unas faldas gigantescas (tenias que adoptar los usos y costumbres de la vestimenta para poder ingresar a las comunidades) , no te has bañado en quince días y traes el cabello tusado porque Caro experimento sus dotes artísticos uno de esos fines de semana de relajación, influenciada por vino tinto patrocinado por el Padre Kino.
Ya en Rejogochi, me adoptó una familia grande de siete integrantes, ellos me mostraron las cosas más interesantes de la cultura raramurí, el Jícuri, que en otras etnias se les conoce como peyote, y el Tesgüino, una bebida alcohólica local a base de maíz fermentado. Los tarahumara o raramurí son gente de ambiente, buscan cualquier pretexto para celebrar, la muerte, la vida, la enfermedad, la salud, el cultivo, la lluvia, y hasta la visita de una extranjera zarrapastrosa.
En una de esas fiestas fue que sufrí de frio. Era una celebración en el mes de marzo, todas comunidades vecinas de Rejogochi se habían juntado y los tambores autóctonos  no dejaba de tocar a un ritmo que te inducían a  un estado de trance muy peculiar (no había drogas de por medio, lo juro) todos estábamos rodeando una gran fogata, esperando que llegara el tesgüino, yo prefería no tomar, el tesgüino , al tener propiedades diuréticas, provoca unas ganas de ir baño que no lo puedes creer, y estando en la montaña no es muy cómodo eso de ir a lado del nopal , con chivas por todos lados viéndote fijamente y las faldas enormes que terminan empapadas por la falta de práctica. Las señoras indígenas nomás se retiran unos metros de la fogata, abren un poco las piernas y vámonos, nada de complicaciones. 

Ya era de madrugada cuando mis ojos comenzaban a pestañear más de la cuenta y todo el mundo estaba ahogado por el tesgüino , mi espalda me dolía de tal manera, que cualquier piedra pasaba por un buen colchón en ese momento. Me levanté de la fogata y me dispuse a encontrar un buen lugar para descansar, entre más me alejaba, el viento comenzaba a calar, y sentía como se partían mis labios y mi cara, a lo lejos vislumbré una especie de cueva, cuando llegué a la caverna, me di cuenta que estaba habitada, por una enorme, grotesca y ruidosa chiva (no, no de las chivas de Vergara) tomé un par de piedras y la saqué de mi morada inmediatamente. Me acomodé en estado fetal al final de la cueva,  comencé a sentir el frío en las articulaciones y en los huesos, estaba completamente tullida, trataba de mover los dedos de los pies, pero éstos ya no me respondían, pensé en volver a la fogata cuando de repente escuché a la chiva, me levanté y salí por el animal, lo puse a lado de mis piernas, las dos nos acurrucamos como si por años esa hubiera sido nuestra manera cotidiana de ir a dormir, deje de pensar en el frío y sentir  el viento, dormí como una chiva.

De izq. a derecha: Caro, Lucia, Checo, y Chega en Tónachi. Chihuahua, México.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Pedazo de carne


Es complicado no sentir pertenencia a nada ni a nadie.          
Recuerdo que hace algunos meses una amiga neoyorkina me comentó que en una sesión (telefónica, está de moda eso en el primer mundo) con un tipo que lee las cartas astrales y aparte es sicólogo, éste había percibido en su aura que su energía no pertenecía a este planeta ni a este universo, que era de una galaxia que se encontraba a millones de años luz de la tierra, y en ese momento, me dijo, caí en cuenta de una manera extraña, que tal vez este tipo podría tener razón. La verdad es que no quise entrar en detalles, primero, porque dos días antes vi Interestellar, lo segundo ya no lo necesito explicar. Mi percepción fue que el tipo se había quedado igual de traumado que miles de geeks que ese fin de semana vieron la “obra de arte” de Nolan,  filme pretencioso, ruidoso con personajes innecesarios e intrascendentes y con un final espantoso. Terrible “homenaje” al maestro Kubrick (me pongo de pie al escribir su nombre).
Pero la verdad me hizo muchísimo ruido eso de la pertenencia que a su vez, creo, viene ligado a otro concepto que es aún más complicado, la Trascendencia. Y no me voy a poner a buscar las definiciones epistemológicas de la palabra solo para hacer creer que soy intelectual o algo por el estilo, si quieren leer cosas rebuscadas les paso los contactos de mis colegas Carlitos, y German que son unos verdaderos diccionarios andantes del señor Norberto. 
Eso de la trascendencia no es para mi. Y no es que sea un individuo sin aspiraciones o conformista. Al contrario, me considero con una personalidad imponente y de metas dignas de cualquier líder, con un IQ superior al común denominador (nunca he realizado algún test, pero eso se vibra). Pero sin duda no es para mi, ya que no me interesa cargar con un pedazo de carne 9 meses en mi cuerpo (y menos ahora, que después de varios años logré ponerme en forma luego de haber pasado 8 meses en la sierra Tarahumara comiendo tortilla y pinole, imaginen lo difícil que fue recuperar un peso saludable que tuve que comenzar a hacer Triatlones, no saben, es una chinga eso de nadar en mar abierto con cientos de mujeres histéricas sin sentido de la orientación marítima, dando patadas y manotazos, tragando agua salada y luego tratando de devolverla, con medusas, malaguas o como las quieran llamar, atacándote por todo el cuerpo que el spandex del traje, que por cierto está horrible, no cubre). Y ni siquiera pondría en discusión cambiar mis doce horas de sueño profundo por despertarme a las 7 de la madrugada para comenzar una pelea campal porque el pedazo de carne no se quiere levantar y odia ir a la escuela. No gracias.
Pero  seguramente hay otras formas de transcender, como escribiendo un libro o haciendo una gran película. Sin embargo, a duras penas estoy comenzando a escribir un jodido blog, y les confieso que lo hago porque se me está olvidando el español, no me juzguen, dos años en el gabacho no está mal, si me comparo con personas que se van un verano a España y llegan con un acento que parecen más españoles que ningún ibérico.
Y sobre hacer una película, podría escribir un guion tal vez, pero si lo dirige Woody Allen , y hablando de este personaje, el año pasado más o menos en estas fechas fui a verlo tocar con su banda de jazz, se presenta por temporadas en The Carliyle ,mientras no está dirigiendo o acosando alguna asiática menor de edad parecida a su esposa, (no lo juzgo, todas las asiáticas tienen la misma cara, es fácil confundirse). Wood, como lo llamamos los compas, (aprovecho también para mandar un saludo a mis compas de la PGR, y felicitarlos por su excelente intervención para que mi México no siga en la pendeja) él sí es de otra galaxia, no como mi amiga la neoyorker. En los 45 minutos que estuvo explayando sus dotes musicales ni siquiera tuvo la decencia de voltear a verme , y si lo hizo no me di cuenta, usaba unos lentes de botella que rotaban sus ojos de una manera muy extraña. Después pensé que si me hubiera puesto cinta adhesiva para estirarme los ojos y parecer asiática, tal ve hasta se hubiera levantado a saludarme. Podría regresar y poner en practica mi gran idea, pero no pienso pagar nuevamente 150 dólares para ver al buen Wood,  sinceramente, que bueno que es director. Y en la gran manzana hay espectaculares lugares para escuchar buen jazz , GRATIS.